jueves, 18 de diciembre de 2014

TEMAS NAVALES. 2.- UNIVERSITARIOS MINEROS EN RODALQUILAR

UNIVERSITARIOS MINEROS EN RODALQUILAR [1]
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Publicado en el diario ARRIBA de Madrid. Julio 1951

Fui a verlo porque era algo sin propaganda y sin reclamo, algo sin organización, un gesto espontaneo y sencillo que por ello mismo indicaba una preocupación honda que se abre paso en minorías universitarias. Un estudiante de Derecho, uno de Medicina y un pretendiente a Ingeniero, recién terminados sus exámenes, habían marchado a las minas de Rodalquilar, pidiendo trabajo entre los mineros. La cosa no tenía en si más importancia, pero por eso fui. Fui a hablar con los mineros y a hablar con ellos, a medir y pulsar la autenticidad de la prueba; me asomé a verlos trabajar en los socavones y canteras del recinto, chicos los tres de 20 años, cargando espuertas de mineral o cargas de dinamita, sucios, sedientos, sudorosos, pegados sus músculos de estudiantes a los nudosos brazos de los mineros, en la dura tensión del martillo perforador. El asunto no daba más de sí, si en sí lo hubiéramos considerado como un rasgo o capricho de tres estudiantes madrileños, pero allí había más, allí había un horizonte nuevo, una nueva aptitud, un síntoma del momento, y eso tan intrascendente en apariencia como prometedor o terrible en su profundidad: Los universitarios entendiéndose con los mineros.
Creo que cara a Europa no puede hablarse de originalidad, esto se ha hecho por ahí y en escala grande, quizás no con tanta sencillez; sé que entre nosotros los encuentros se habían dado en Campamentos y Centurias; sé, por último, también, que del ambiente y formación recibidos en Centurias y Campamentos brotó la anécdota que comentamos, pues “los tres mosqueteros”, como los llamaban los mineros llevaban sobre sus solapas el célebre pato…
Primero pregunté a los elementales hombres de la mina, pregunté e investigué: ¿cómo los han recibido?, ¿cómo piensan de ellos?, ¿cómo los tratan?. En verdad que era demasiado absurdo para aquellos hombres. “¿Serán aprendices de curas?”, dijeron otros –la verdad que tal juicios honra al clero- “sin duda que tenéis alguna obligación de venir aquí..”. La voluntariedad del rasgo era incomprensible. Pero se impuso lo de siempre, la gran verdad y el genio del estudiante que se gana el corazón de los hombres de la mina. Un capataz me comenta el asombro que le causa la sumisión de aquellos muchachos, que no quieren escamotear ni cinco minutos el trabajo y su fortaleza a fuerza del corazón, cuando llegando a estar enfermos no dejan la tarea, y, sobre todo, su sencillez, su trato, su alegría, su “eso” de simpatía que el estudiante lleva por la vida y lo siembra generosamente. Los mineros se hacen sus amigos, les abren sus preocupaciones, sus quejas, les consultan sus asuntillos (y el chico de primero de Derecho se ve negro para responder a los pleitos del uno y del otro, el de Medicina suda aquellas eternas angustias sobre la silicosis, el ingenierillo sabe de cuentas) y, lo que es más alegre todavía, les cuidan: “No cojas esa piedra, que eso no es para tus manos”, “No te pongas en esa postura, que te vas a hacer polvo los riñones..”. Cuando, con el ingeniero, aquella mañana visité la mina, los maestros mineros “aquel señor Matarin”, “aquel el Chato”, se ufanaban ingenuamente, como auténticos padres de los estudiantes: “Observe usted, como cogen ya el martillo como un autentico maestro”, y disputaban: “Fulano (el discípulo de uno de ellos) ha hecho más progresos que Zutano (el discípulo del otro)”.
Volví pensando. Tres estudiantes entre semanas, sin mítines ni discursos, sin más que trabajar, sudar y reír –cuando podían, haciendo de tripas corazón- se habían ganado a aquellos trescientos hombres. Yo echaba cuentas y pensaba; era cuestión de barajar número de años, número de estudiantes y número de mineros y demás trabajadores. Después me encerré con los tres para hacerles mi interrogatorio.
Realmente la estampa era tan verdadera como ingrata. Aquellos tres tipos eran como unas larvas de mineros y unos residuos de estudiantes. En su tienda de campaña, que les recordaba sus gratos Campamentos de la sierra, vividos en alegre camaradería con otros muchachos tan distintos sus camaradas de ahora, allí tirados al atardecer, molidos los huesos, cubiertos del polvo de la mina como una lepra, aquellos tres críos me dieron a mí y al ingeniero que silencioso les escuchaba, la lección de sociología más interesante y emocionante de mi vida.
“Ante todo, padre, este trabajo embrutece, hay que estar metidos en él para llegar a comprender el grado de materialismo que invade a estos hombres. Nunca lo hubiéramos creído, y no lo conocen los que desde fuera piden del obrero unos esfuerzos y actitudes espirituales incompatibles con esta cruz agotadora. Nosotros notábamos que al pasar de los días un concepto brutal de la vida nos invadía… Esta experiencia es tan única como dolorosa. Hay que partir de aquí, de donde no se parte, para estudiar las medidas de redención. La cultura les urge tanto o más que el pan, una ráfaga de espíritu que venga a animar su situación ante la vida. No basta un maestro cualquiera y aburrido ni unas clases sin fe a la hora en que están hechos polvo. Después, lo material: Reconocemos que esta empresa se ha esforzado notablemente por dignificar la vida de estos hombres, pero si no dar nada es un crimen, dar la mitad, no contemplar la justicia, puede, a veces, ser peor. Esa comida de un solo plato que hemos visto servirles, esas habitaciones, verdaderos tugurios condenados en vano por la Fiscalía de la Vivienda. No queremos hacer aquí un informe porque para esto no hemos venido, pero repetimos que la obra a medias es peligrosa.
Pero hay más; hay sobre todo, nuestro asombro entre lo que hemos oído y leído sobre la situación social de España y lo que ahora hemos vivido. No queremos hablar de engaño, o de traición, sino sencillamente de esto; el pulso de una sociedad, su angustia, su aliento no pueden trasladarse a los libros o a los puntos doctrinarios, están en la vida y hay que captarlos así, sudándolos en confraternidad fraterna. ¿No fue esto lo de Nazaret? ¡España!, ¡España!. Conocíamos su lírica, su lírica histórica y revolucionaria, pero con ello nos habían tapado esto y esta España sudada, amargada, estrujada en el esfuerzo de esta mina, en la que hemos empezado a amar, porque real y trágicamente no nos gusta; amarga, amarguísima la hemos encontrado en estos cerros que ocultan oro entre una piedra tan dura.
Nos habían hablado de los mineros como hombres del otro lado, difíciles, incompatibles con nuestro estilo y nuestra ansia y esto es falso. Bastaron tres semanas y todavía menos; la comprensión ha sido absoluta, la distinción era enorme en todo, pero el corazón y la fe han hecho el abrazo. Hemos aprendido de ellos muchas cosas que quisiéramos llevar a nuestros camaradas de Universidad; son sencillos sin doblez ni mentira; han llegado a contarnos sus mayores quejas de la empresa sin prudencia alguna de su parte, aman a la mujer con fidelidad primitiva; tienen pasión por sus hijos; su visión de la vida y de la muerte es dura y paciente, y sobre todo, a pesar de su tentación humana de pereza, trabajan más que nosotros. Y aquí si que quisiéramos gritar en la Universidad; hemos aprendido a valorar el dinero, lo que vale un duro, y el trabajo, ¿Cómo nos vamos a permitir nuestros típicos paréntesis en el estudio recordando que estos hombres no los tienen en sus ocho duras horas de jornada?. Puede parecerles absurdo, pero trabajando aquí, en la mina, hemos aprendido a estudiar.”
Después vino el capítulo de acusaciones y quejas concretas. El ingeniero, con una humildad asombrosa, escribía en silencio lo que aquellos tres chicos le decían, ellos se habían empapado de las necesidades más pequeñas de sus compañeros de trabajo (“Han aprendido en tres semanas –me dirá el ingeniero- más que yo en siete años”), ellos habían llegado a votar en las elecciones sindicales por los mismos candidatos que presentaron sus camaradas…
Sé que a los eternos prudentes de este mundo esta experiencia les parecerá tan artificial y de teatro como les pareció a los fariseo lo del Mesías obrero. Lo sé y me alegro, porque esto querrá decir que el camino es el mismo, que por aquí se vuelve a abrir el horizonte del escándalo. Demos gracias a Dios.
Y como apéndice a esta crónica, aquella petición final que los mineros hicieron a ellos: “Si nos arreglarais lo de nuestras casas, si consiguierais decir en Madrid que vivimos como en pocilgas… pero esto ¡a quien interesa!. 




[1] Este articulo fue escrito por José María de Llanos S.J. pero la razón de que figure, de forma extraordinaria en esta recopilación, es que entre los tres protagonistas de lo  que aquí se relata uno de ellos es el autor del libro. Por ello es posible que la lectura de este artículo facilite la comprensión de las opiniones que se vierten, por el autor, en el resto de los artículos.

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